domingo, 29 de noviembre de 2009

FrAgMeNtO

El álbum de fotos (fragmento)

Guardo un tesoro. Durante todos estos malos años, compuestos únicamente de los días del calendario, lo he guardado, lo he escondido y lo he vuelto a sacar; durante el viaje en aquel vagón de mercancías lo apretaba codiciosamente contra mi pecho, y si me dormía, dormía Oscar sobre su tesoro: el álbum de fotos.
¿Qué haría yo sin este sepulcro familiar al descubierto, que todo lo aclara? Cuenta ciento veinte páginas. En cada una de ellas hay pegadas, al lado o debajo unas de otras, en ángulo recto, cuidadosamente repartidas, respetando aquí la simetría y descuidándola allá, cuatro o seis fotos, o a veces sólo dos. Está encuadernado en piel, y cuando más viejo se hace, tanto más va oliendo a ella. Hubo tiempos en que el viento y la intemperie lo afectaban. Las fotos se despegaban, obligándome su estado desamparado a buscar tranquilidad y ocasión para asegurar a las imágenes ya casi perdidas, por medio de algún pegamento, su lugar hereditario. […]
Hay todavía una buena docena más de instantáneas del pequeño Oscar; de un año, de dos años, de dos años y medio; tendido, sentado, gateando, andando. Las fotos son todas ellas más o menos buenas y forman en conjunto los preliminares de aquel retrato de cuerpo entero que se me había de hacer el día de mi tercer aniversario.
Aquí si lo tengo ya, el tambor. Nuevecito, con sus triángulos pintados en rojo y blanco, pegado a la barriga. Yo, plenamente consciente y con expresión decidida, cruzo los palillos de madera sobre la superficie de hojalata. Llevo un suéter rayado y zapatos de charol. El pelo tieso, como un cepillo ávido de dar lustre; en cada uno de mis ojos azules se refleja una voluntad de poder que se las sabría arreglar sola. Logré entonces una actitud que no tenía motivo alguno de abandonar; dije, resolví y me decidí a no ser político en ningún caso, y, mucho menos todavía, negociante en ultramarinos, sino a poner un punto y a quedarme tal cual era; y así me quedé, con la misma talla y el mismo equipo durante muchos años.
Gente menuda y gente grande, el pequeño y el gran Belt, el pequeño y el grande ABC, Pipino el breve y Carlomagno, David y Goliat, Gulliver y los liliputenses; yo me planté en mis tres años, en la talla de Gnomo y de Pulgarcito, negándome a crecer más, para verme libre de distinciones como las del pequeño y el gran catecismo, para no verme entregado al llegar a un metro setenta y dos, en calidad de lo que llaman adulto, a un hombre que al afeitarse ante el espejo se decía mi padre y tener que dedicarme a un negocio que, conforme al deseo de Matzerath, le habla de abrir a Oscar, al cumplir veintiún años, el mundo de los adultos. Para no tener que habérmelas con ningún género de caja registradora ruidosa, me aferré a mi tambor y, a partir de mi tercer aniversario, ya no crecí ni un dedo más; me quedé en los tres años, pero también con una triple sabiduría; superado en la talla por todos los adultos, pero tan superior a ellos; sin querer medir mi sombra con la de ellos, pero interior y exteriormente ya cabal, en tanto que ellos, aun en la edad avanzada, van chocheando a propósito de su desarrollo; comprendiendo ya lo que los otros sólo logran con la experiencia y a menudo con sobradas penas; sin necesitar cambiar año tras año de zapatos y pantalón para demostrar que algo crecía.
Con todo – y aquí Oscar ha de confesar algún desarrollo-, algo crecía, no siempre por mi bien, y acabó por adquirir proporciones mesiánicas. Pero ¿qué adulto, entonces, poseía la mirada y el oído a la altura de Oscar, el tocador de tambor, que se mantenía a perpetuidad en sus tres años?


Estilo - Fragmento

Simbolista:

Las fotos se despegaban, obligándome su estado desamparado a buscar tranquilidad y ocasión para asegurar a las imágenes ya casi perdidas, por medio de algún pegamento, su lugar hereditario.

Lucha de un hombre por conservar su individualidad:

a partir de mi tercer aniversario, ya no crecí ni un dedo más; me quedé en los tres años, pero también con una triple sabiduría; superado en la talla por todos los adultos

Realista:

en la edad avanzada, van chocheando a propósito de su desarrollo; comprendiendo ya lo que los otros sólo logran con la experiencia y a menudo con sobradas penas; sin necesitar cambiar año tras año de zapatos y pantalón para demostrar que algo crecía.

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